PUBLICADO ORIGINALMENTE EL 16 DE MAYO DE 2011
Un par de días después de que se chutaron a Bin Laden comenzó a correr en los medios la historia (real) de que el escuadrón de Navy SEALs a cargo de meterle un tiro entre ceja, oreja y madre a Osama no se componía exclusivamente de seres humanos capaces de circuncidar una mosca a 200 yardas de un certero plomazo. Oh, no. Además de los 79 soldados, les acompañaba un perro.
Y no cualquier perro, por cierto. Estos perros suelen ser de razas excepcionalmente dotadas tanto para el combate como para la detección olfatoria de riesgos, sean de naturaleza explosiva o simples enemigos de carne y hueso. Las razas preferidas suelen ser pastores alemanes o los famosos Malinois originarios de Bélgica (¿creían que iba a caer en la fácil tentación de hacer un chiste soez con la palabra ‘belga’, eh, babosos?), y son al mundo canino lo que Chuck Norris al mundo humano.
El rumor que provocó más levantamientos de ceja entre los escépticos y resquemores morales entre los protectores de animales fue el que afirmaba que los canes estaban equipados con dentaduras de titanio, con el fin de que pudiesen traspasar vestimentas de kevlar y despedazar a cualquier hijo del mal turbante que se les pusiera enfrente.
La temeraria afirmación fue rápidamente desmentida. En efecto, colocarle un diente de titanio a uno de estos terroríficos perros sería una opción carísima ($7000 dólares por diente, maomeno) para asegurarse de que el animalito pueda seguir desquitando las decenas de miles de dólares que de por sí se invierte en ellos (en entrenamiento y manutención) en caso de perder uno de sus dientes normales. Pero hasta ahí. El gobierno de los Estados Unidos ha negado categóricamente que esté equipando a inocentes perritos con la clase de dentaduras que popularizaron las malos de las pelis de James Bond de los años 70.
Aún así, entretiene pensar en animales robóticos dedicados a combatir contra las fuerzas del mal. En la novela gráfica We3 de Grant Morrison y Frank Quitely podemos apreciar a estos animales badasses enfundados en poderosas armaduras inteligentes que les permiten arrasar con escuadrones militares completos con toda facilidad. En videojuegos como Fallout: New Vegas podemos reclutar a Rex, un perro que es más robot que can, y que usa sus poderosas fauces para partir adversarios en dos más rápido de lo que podemos cargar nuestro inocente rifle. Y así, reiteradamente, creemos que algún día podremos equipar a una mascota con los aditamentos y upgrades que asociamos con coches, computadoras o armas, todo en busca de hacer a los mejores amigos del hombre… los peores enemigos de los enemigos del hombre a quien llaman ‘amo’.
Ah, pero no todo es miel sobre hojuelas. Pongámonos a pensar en los contras de estos perros robóticos, en el caso de que lleguen a desarrollarse como para que todos estemos dispuestos a hacer cola afuera de la Apple Store para comprar uno (sí, creo que Jobs está preparando una de estas aberraciones como su gran ‘xódanse’ una vez que acabe de usar el páncreas sintético que se carga hoy día):
- El mantenimiento. La mayoría de nosotros decimos estar muy ocupados o somos muy huevones para atender a los perros mascota tal y como se debe: su paseo diario, la recolecta de sus desechos, jugar con ellos para mantenerlos ágiles y alertas, procurar sus vacunas y revisiones veterinarias a tiempo, lavarlos y acicalarlos, etc. ¿Qué nos hace creer que vamos a sumarle a estas obligaciones todo aquello que implica ser una entidad mitad animal y mitad robótica? Actualizaciones de software, antivirus, aceite en todas las piezas mecánicas, su ‘shaineada’ ocasional para contrarrestar los efectos de intemperie, su enceradita de cara a la época de lluvias… Si no lo hacemos con la compu o el auto, es poco probable que nos tomemos la molestia con el perro robot.
- La alimentación. La comida del perro es cara. La del perro robot, por lógica, debe ser aún más cara. En este caso no quieres ser el teto que se gasta todo el dinero en un flamante smart phone y después no tiene lana para comprarle aplicaciones cuquitas y/o solventar el tiempo aire mensual. Nuestra economía personal es determinante a la hora de adquirir un ‘cybercán’, entonces.
- El perro robot puede cobrar consciencia. Esto puede ser contraproducente. Según los libros de historia (creo), el Planeta de los Simios fue consecuencia de que los changos se volvieron más listos de lo que creíamos en un principio, y de su falta de empatía respecto a nuestros planes para usarlos en experimentos científicos. Ahora bien, la nobleza canina ha estado habitualmente ligada a su devoción por el ser humano. Pero, ¿y si comienzan a pensar en nuestra relación detenidamente? ¿Qué tal que ya no les parece ir a recoger un palito y traerlo a nuestra
presencia, sólo para que lo volvamos a arrojar lejos otra vez? Este escenario sería claro detonante de una eventual rebelión canina. Y sería muy posible que ocurriese si nos da por comenzar a implantarles estimuladores psíquicos en el cerebro con la idea de que nos sirvan como súper soldados.
- La limpieza. Les molesta recoger popó de perro, ¿cierto? Bien, ahora imagínense que además tienen que limpiarlas cuando están cubiertas de aceite automotriz o algún lubricante similar. Toda pieza mecánica es susceptible de regar estas grasosas manchas que afean nuestras cocheras y arruinan nuestros carísimos trajes italianos (los míos, sé que ustedes consideran “de gala” sus playeras Ed Hardy). Es obvio que los perros robots no serían excepción.
- No son prácticos. Claro, puedes encontrarles el uso lógico en una campaña paramilitar contra terroristas o guerrilleros, y también en un mundo post-apocalíptico lleno de criaturas irradiadas, bandoleros asesinos y zombies. Pero el escenario suburbano donde vives en una privada y te caen continuamente en casa los amiguitos de tus hijos o tus mismísimos sobrinos prohiben en todo aspecto el hacernos de un perro robot equipado para matar. Es penoso tener que atender la queja de un vecino cuando uno de tus poodles le pegó una inocente mordidita a su desagradable mocosete. Ahora imagínate con qué cara te disculpas cuando tu perro biónico hinque sus devastadores colmillos de titanio en la piernita futbolera de ese escuincle horrendo. No, la política del buen vecino está reñida con la crianza de perros robóticos.
En fin, me quedo pensando en todos los aspectos sorprendentes de los perros militares que, con o sin dientes de metal, pueden alterar el curso de una batalla o de toda una guerra. Los miro saltando en paracaídas, detectando bombas, saltando desde helicópteros al mar o acosando sospechosos y pienso que son geniales. Pero no soy tan irresponsable como para pensar que los civiles debemos tener acceso a esas nobles bestias. Nos debe bastar con entrenarlos a ser animales dóciles, fieles, eficientes para cuidar y divertidos como compañía pero hasta ahí. A menos que nuestros vecinos sean unos sospechosos musulmanes que disparan AK-47s al aire cada vez que se anuncia algo malo para el mundo occidental. Será mejor que empiece a ahorrar para los colmillos de titanio de Pistache, el poodle de combate más temible del mundo.