Extraño ir al cine a ver una película y salir del cine después de haber visto justo eso: una película.
Hoy en día parece que uno entra al cine con más bagaje que los pasajeros de Primera Clase en el Titanic. No sabes si vas a ver “una poderosa reflexión sobre el racismo/clasismo en México” (Roma), o “una prueba fehaciente de que los ciudadanos de la tercera edad deben ser visibles por su aporte social” (The Mule). Yo sólo quiero ver una película de Cuarón y una de Clint Eastwood. ¿Acaso todo tiene que incluir tanta intención?
Y así es que me metí a ver Captain Marvel. Dos veces, de hecho. La primera vista me dejó muy insatisfecho, pero cuando eso sucede intento atribuirlo al cansancio o a preocupaciones externas, así que suelo darle una segunda vuelta al filme en aras de ser objetivo.
Pero no ganó mucho, la verdad. Que conste: me mantuve francamente al margen de la conversación en redes sociales y medios con relación a las respectivas agendas de quienes se decantaron por bandos contrarios antes del estreno. De un lado las legiones de InCels, MalCos, niños rata, trolls de la corrección política y enemigos declarados del discurso feminista, haciéndola de mega pedo porque la masculinidad ESTÁ EN JUEGO si una mujer es protagonista de una película del MCU. Y por el otro las personas detrás de dicha película, exigiendo que sea evaluada con justicia… pero clamando de forma velada que estar en contra de ella prácticamente le convierte a uno en un cerdo chauvinista talla Trump.
Todo por una pinchi película de superhéroes, vamos.
Bueno, ahí va. Captain Marvel es buena, a secas. Le juega en contra ser OTRA historia de origen, y ya sabemos que esas dependen en gran medida de lo interesante que pueda ser dicho origen o del carisma que su protagonista logre proyectar en el rol que le sea asignado.
Lo malo es que la abrumadora mayoría de los orígenes de estos superhéroes se basan en la fórmula de: “No tengo poderes/Ya tengo poderes/No sé qué hacer con estos poderes/Todo sale mal porque no sé qué hacer con estos poderes/Ya entendí que el verdadero poder reside dentro de uno mismo/Le parto la jeta a los malos con mis poderes/Créditos/Escenas post-créditos”. La película que acabo de ver no es precisamente la excepción, así que no hay mucho que festejarle en ese rubro.
En el término del carisma… ¿cómo explicarlo? Brie Larson es una magnífica actriz. Le compré por completo el rol de rockera insufrible que nos mostró en Scott Pilgrim Vs The World. Me hizo pedazos el corazón como la madre traumatizada por el rapto en Room, una película que sigue arrancándome lágrimas como puños. Y hasta le concedo que funciona como heroína independiente y sensata después de ver una B-Movie glorificada como Kong: Skull Island, sin queja alguna.
El problema es que su Carol Danvers no está muy bien escrita. Y el carisma de la persona sólo te puede llevar hasta cierto punto, también el papel que asume debe aportar algo.
Sus interacciones con un Nick Fury (Samuel L. Jackson) que aún no era EL Nick Fury son una gozada, claro. Su actitud sardónica también me gusta. Pero en toda la película sentí algo muy claro: en el afán de Disney por no convertir al personaje de Carol en una versión MCU de la Diana Prince que Gal Gadot logró en Wonder Woman, diseñaron a una Captain Marvel que no posee la asertividad y claridad de su contraparte en cómics.
¿Y cómo diferenciaron a la ex piloto de combate humana fusionada con DNA alienígena de la amazona de Themyscira? Pues la hicieron más… empoderada, básicamente. El ‘Who run the world’ de Beyoncé en un sensible y poco revelador atuendo, enfundada en una capa de “eres el ser más poderoso de nuestro universo y no necesitas de la aprobación de nadie para demostrarlo”. Así de transparentes los diálogos para reforzar esa idea. Que no eran necesarios, por cierto.
Cuando Anna Boden y Ryan Fleck (directores y guionistas) nos recetan una vez más la cantaleta de que Carol Danvers siempre se levantó tras múltiples tropiezos, sólo para resurgir más fuerte y segura de sí misma cada vez, me puse a pensar que a lo mejor debieron invitar a Pomada de la Campana o a los del unguento de árnica para tener algunas inserciones de marca durante la historia. Y vuelvo al tema: no hay por qué ser tan repetitivos.
En el proceso que ocupa a la protagonista durante la película se alude a la pérdida y consecuente recuperación de la memoria, siempre salpicada de recuerdos fallidos mediante la presencia recurrente de la Dra. Lawson (Annette Bening). ¿No podrían presentarnos una relación más sólida y mejor escrita en una dinámica de mentora/aprendiz para las dos actrices? Las dos son talentosas, lo hubieran hecho muy bien.
En este punto hay que recalcar que si algo le sobra a Captain Marvel es eso: buenos histriones. Jude Law hace una labor competente como Yon-Rogg, superior de la protagonista en un comando de guerreros Kree. Ben Mendelsohn está en la conversación de los mejores actores que aún no han sido nominados a un Oscar, y espero que esa injusticia se solucione pronto, pues el tipo roba más cámara que una cuadrilla de asaltantes en un carnaval. Incluso aquí se da oportunidad de incluir algo de humor con un personaje que pasa de maligno a trágico en menos de lo que imaginas. Y el mentado Jackson está en una zona de confort total como el hombre que algún día dirigirá los destinos de la críptica organización detrás de la Iniciativa Avenger. La bronca es que caricaturizan demasiado un rol que nos hará verlo menos cool cada vez que repasemos las cintas del MCU. Digamos que la frase “la última vez que confié en alguien, perdí un ojo” se abarató de manera drástica a partir de esta nueva producción.
Apostar por la nostalgia noventera está bien, y creo que es lo que menos le duele a la película. Los triggers de añoranza cultural están todos ahí, desde el grunge de Nirvana y los VHS del Blockbuster hasta usar AltaVista para buscar cosas por internet. Lo cierto es que tampoco se ha creado nada innovador en ello: ambos volúmenes de Guardians of the Galaxy lograron un impacto aún mayor en ese frente, pues se las arreglaron para hacer que dichos elementos evocativos tuvieran un impacto drástico en la narrativa.
¿Qué es, entonces, lo que no me satisface de Captain Marvel? Es difícil explicarlo con claridad, así que intentaré con un ejemplo. Una amiga de mi infancia (llamémosla “Vicky”) fue una absoluta belleza desde su niñez. La típica que sale en comerciales de TV cuando tú apenas estás descubriendo que la Play-Doh no varía en sabor de acuerdo a sus colores, vamos. “Vicky” no fue una de esas niñas hermosas que se terminan convirtiendo en adolescentes desgarbadas y en mujeres normales. Oh, de ninguna manera: el comentario de todos los que le vimos llegar a la etapa adulta es que lo único que pudo evitar que se se convirtiese en nuestra Top Model mexicana por excelencia fueron unos diez centímetros de estatura, además de unas curvas más apropiadas para trabajar sobre unos patines de mesera de Hooters que encima de una pasarela en Milán.
En fin, resultaría ingenuo el cuestionar que a “Vicky” se le abrieron muchas puertas gracias a su impactante belleza física. Ya les dije que era niña de comerciales, óiganme. Y por supuesto que nunca le faltaron novios exitosos y atentos, ni un menú de prospectos maritales bastante variado. No puedo decir que se acostó con nadie para llegar lejos en sus trabajos, pero sí soy capaz de constatar que su capacidad profesional no iba de la mano de su rápido ascenso en cuanto trabajo se le puso en frente. Aclaro: no es que fuera incapaz ni mucho menos, pero en materia de productividad laboral siempre fue más bien… del montón. Ni la mejor, ni la peor. Olvidable, hasta cierto punto.
La cuestión es que nadie que conozco ha podido ser enteramente objetivo a la hora de evaluar a “Vicky”, la persona, independientemente de “Vicky”, la ser humano bendecida con una genética cuasi perfecta. Si uno menciona que ella no merece tanto éxito profesional, los demás alegan que sólo los que le tienen envidia por su hermosura son capaces de decir eso. Cuando ella hace el mismo chiste que ya hicieron sus otras amigas menos agraciadas y el lugar entero estalla en risas inmerecidas, no es prudente mencionar que se le concede crédito excesivo en materia de gracia. “¿Tanta envidia le tienes que no la encuentras graciosa?”, es la cantaleta. Y no es que no sea graciosa, claro: es que no es TAN graciosa como el mundo le hace creer.
Bueno, creo que Captain Marvel es la “Vicky” de las películas del Marvel Cinematic Universe. Si uno considera que no es tan brillante como otras historias de origen, le estamos restando méritos por una agenda machista (“¿Las otras historias de origen de superhéroes HOMBRES? ¿A esas te refieres?”). Si creo que muchos de los parlamentos femeninos emplean una retórica y un discurso que nomás no corresponden con la época en la que se sitúa la historia (mediados de los noventa), sobrará quien alegue que “en esa época sí existía esa conciencia de género, pero el privilegio te cegaba”. Y si observo que la fortaleza de un rol femenino depende de algo más que machacar cansados lemas de independencia o justicia social, figurará quien afirme que la historia pasa la Prueba de Bechtel sin pestañear y que soy un hater más, probablemente afiliado con los mostrencos detrás del Gamergate.
Pero admitámoslo, “Vick–”, digo, Captain Marvel: pretender que la agenda no está en juego a la hora de criticarte con objetividad es de ilusos, así que debiste prever ese ángulo con una película más completa, más relevante. Tu personaje titular merecía muchísimo más que lo que le terminaste dando a manera de desarrollo. Cierto, no eres una mala película. Ni siquiera cabe decir que eres mediocre u olvidable, ya que tus últimos 35 minutos son francamente sólidos. Eres guapa, vamos.
Eso sí, admite que eres guapa. No quieras explicar lo que se diga de ti por vía de los juicios preestablecidos o la cerrazón de un sistema. No te tengo mala fe ni envidia al decirte que tu belleza te permite salirte con la tuya en otros aspectos a los que debiste dedicar algo de empeño, ¿de acuerdo?
Porque en el fondo, deberíamos estar juzgando películas por sus méritos en la pantalla. Y nada más.